10) LOS CANARIOS DE LA MUERTE


7 de febrero de 1968

El Monje Loco nos traslada a Palma de Mallorca, España. Un pequeño trance desencadenará una tragedia futura. Corre el año 1473 y en el poblado existe un Convento administrado por padres franciscanos quienes dedican su tiempo a labores netamente religiosas y de peregrinación. Juan, uno de los monjes de dicho lugar, solicita al abad mayor autorización para viajar con dos sacerdotes a una misión a China. Concedido el permiso, los tres clérigos, junto a una pareja de canarios, inician su andar, conscientes de los peligros que acechan en el oriente. La religión que deseaban impartir distaba mucho de las decenas de sectas que imperaban en la región y la muerte podría estar a la vuelta de cualquier esquina. Luego de cruzar los inmensos mares orientales llegan a su destino y son recibidos con sentimientos encontrados. Algunos les reciben con afabilidad, pero la mayoría los ve como un peligro a su resignada rutina, y no son pocas las veces que su vida ha dependido de la capacidad de sus piernas para huir. Acostumbrados a una vida dura logran sobrevivir y van ganando terreno en su afán de predicar el evangelio. De boca de uno de los lugareños se enteran de la existencia de un cruel mandarín que se ha encargado de oprimir al pueblo bajo una dictadura cruel y sangrienta. Ingenuamente realizan una visita al poderoso opresor, con la idea de infundir en él algo de humanidad llevando como obsequio la pareja de aves. En un principio la idea parece haber tenido un resultado positivo, pero las intenciones de Quong, el odiado mandarín, están muy lejos de abandonar sus insaciables ambiciones. Los canarios anidan en él una idea monstruosa: alimentarlos con carne humana de sus enemigos y disidentes, reproducirlos a gran escala y transformarlos en motivo de una perversa satisfacción personal. Bastó un corto lapso para obtener miles de estas avecillas. Posteriormente, bajo un falso pretexto religioso, el déspota tirano ordenó asesinar a los sacerdotes, alimentando a los dorados pajaritos con la carne de las víctimas misioneras, dando inicio a una mascarada de sangre y persecución que siembra el miedo más abyecto en el corazón de sus súbditos. Gobernar por el terror resulta fácil, pero el efecto no es duradero cuando la opresión se hace insostenible.

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